Por azares del destino, llevo unos días inmerso en el lado social de las organizaciones. Pero vamos por orden.
Nuestras organizaciones tienden a simplificar, y a ver como obligatorio estar en las Redes Sociales. Un muy acertado post de Alianzo trataba, entre otros, de este y muchos errores y mitos alrededor de la web 2.0. Nuestras organizaciones tan sólo se preocupan de la presencia en la red, pero rara vez del objetivo por el que están. En este periodo de crisis, ello es una sentencia anticipada de muerte de la experiencia. La presencia en las Redes Sociales necesariamente ha de ser con un objetivo de negocio, y dicho objetivo ha de ser evaluado continuamente. Sin embargo, muchos de los perfiles de organizaciones en las redes deambulan en el camino que va de un mero altavoz de las mismas a la melancolía de su abandono. Perfiles abandonados son el rastro de juguetes rotos en el recreo de Internet. Y no hablemos ya de aquellas experiencias de quien se empeña en confundir ser social con montarse su propias plataforma social. Y a pesar de esos fracasos, hay que seguir insistiendo, porque sino se habla con el exterior, el autismo y ombliguismo organizativo lleva a la irrelevancia.
Pero si la proyección hacia el exterior de la tecnología social, en muchos interiores no yace abandonada porque ha sido proactivamente enterrada. La capacidad de autoorganización que dan las redes sociales es vista como amenaza por el mediocre, aquel cuyo único valor es ser el centro de tránsito sin aportar valor, aquel que basa su trabajo en el secretismo y la ocultación. en definitiva, las redes sociales son a la rutina organizacional lo que el insecticida a la hormiga. Afortunadamente, el trabajo es una actividad social, y el esfuerzo del inútil es poner puertas al campo. Les guste o no, las redes sociales en las Intranet sólo sobrevivirán en la medida que sean foros de debate.
La organización social es, consecuentemente, inevitable. La alternativa es la irrelevancia hacia el exterior y la ineficiencia interior.
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