No deja de sorprenderme este país. A uno le entran ganas de entrar en un irrevocable exilio interior.
Hace unos días, Andrés lanzó un par de tweets que dejan a las claras el concepto de transparencia que maneja una parte de nuestra clase política.
En primer lugar, el Ayuntamiento de Madrid inventa la transparencia con el carnet en los dientes. Libera datos y los deja reutilizar, pero para ello previamente ha de estarse perfectamente identificado por lo que pueda pasar. Y no porque se vaya a cobrar, en cuyo caso sería comprensible, sino sólo por molestar. Todo ello está conforme con la legalidad definida por la ley 37/2007, pero no parece que sea una práctica iluminada por la simplificación administrativa o reducción de cargas. Tampoco existe excesiva información sobre a qué datos se puede acceder. Es decir, también se inventa la transparencia por adivinación.
En segundo lugar, nuestra inefable Casa Real. La monarquía nos inventa la transparencia interna tras inventar la transparencia limitada. Primero, el amago de transparencia de la agenda real, matizada con "A partir de ahora vamos a informar de algunas de las actividades y reuniones del Rey, pero siempre lo haremos a posteriori y con el consentimiento de las personas afectadas". Después aclarando que esa transparencia no afectaría a los datos financieros ya que el presupuesto de la Casa Real "Es una cantidad absolutamente ridícula si la comparamos con el conjunto de los Presupuestos Generales del Estado". Para terminar presumiendo que "Hay una absoluta transparencia interna de las cuentas de la Casa Real". Eso de la transparencia interna me suena a fuego acuático o luminosa oscuridad. Debe tratarse de un alarde lírico.
En resumen, transparencia interna, limitada y con el carnet en los dientes. P.ues nada, ahora si que sabemos que opinan algunos del Gobierno Abierto